La muerte de Alfonsin


Todos los medios televisivos, radios y prensa escrita nos mar-tillaron con la noticia de la muerte de Alfonsín, el velatorio, la pena popular y que políticos y personalidades pasaban a despe-dirlo, como si no existiera ninguna otra noticia importante. 

La muerte del líder radical fue rápidamente utilizada para crear el  mito del “padre de la democracia”. Extraño “héroe” si se tiene en cuenta la pertenencia a un un partido (UCR) cuya lucha por las libertades públicas durante la dictadura fue inexistente, habiendo colaborado con la misma con una gran cantidad de funcionarios.  Un partido que a lo largo de la historia se repartió entre la represión a los trabajadores (como en lo hizo a principios de siglo con los obreros rurales de la patagonia o con la toma de la Ford en 1985) y golpear los cuarteles cuando hizo falta “eliminar a la guerrilla fabril” como lo hizo Balbín en el año 76.

REFRESQUEMOS UN POCO LA HISTORIA

El alfonsinismo, como nos lo quieren mostrar, no surgió comba-tiendo a la dictadura, sino que expresó a un sector de los partidos patronales que habían sido los responsables políticos de la derrota de los trabajadores y cómplices de los militares, y los que con el golpe militar fueron preservados como fuerza de recambio institucional de la burguesía argentina. La UCR alfonsinista explotó el temor a un retorno de la “violencia política” corporizada en el peronismo de Italo Luder, Herminio Iglesias y la patota sindical (que era una caricatura grotesca y decadente del peronismo isabeliano) a quien denunció por protagonizar un pacto sindical-militar. Gracias a estas circunstancias el alfonsinismo supo agrupar en torno suyo a sectores de las clases medias y a ex intelectuales de izquierda que rompieron con los planteos políticos setentistas detrás de un discurso de restauración democrática y pacificación nacional como valores unificadores de la sociedad argentina.

Fue desde la usina ideológica del alfonsinismo donde se gestó la “teoría de los dos demonios” que funcionó como doctrina estatal en el tema de los derechos humanos durante más de dos décadas, donde se igualaba la violencia terrorista del Estado burgués, con la insurgencia obrera y popular de los ’70. Durante el gobierno de Alfonsín continuaron presos algunos militantes políticos de las organizaciones político-militares de los ’70, se impulsó la ley de Punto Final, cedió continuamente a las presiones de los militares carapintadas a partir de la Semana Santa de 1987, a quienes finalmente les otorgó la ley de Obediencia Debida. En 1989 fueron fusilados varios de los guerrilleros tomados prisioneros durante el copamiento del cuartel de La Tablada.

Los discursos de campaña de Alfonsín se sintetizaban en rezar el preámbulo de la Constitución de 1853, dejando cualquier promesa de transformación social en el terreno de las buenas intenciones. Pero como señala el dicho “el camino al infierno está plagado de buenas intenciones”, y más allá de una retórica tibia y mojigata y de un barniz socialdemócrata, en los hechos, Alfonsín garantizó la continuidad, bajo las formas de la democracia para ricos, del país heredado por los militares, un país saqueado y aterrorizado por una dictadura genocida y donde se había reconfigurado el mapa de las relaciones de fuerza entre las clases dando lugar al poder de los grandes grupos económicos del empresariado nacional y extranjero, para los cuales gobernó la UCR a partir de 1983.

Pero la crisis económica no pudo evitarse, lo que se manifestó en un déficit de la balanza de pagos, la imposibilidad de afrontar los pagos de la deuda externa y una inflación en ascenso. Ante esto, en abril de 1985, lanzó la “economía de guerra”, y en junio de ese año el “Plan Austral”, que consistió en el lanzamiento de una nueva moneda y un ajuste fiscal con congelamiento de precios y salarios. También en esta época se empieza a discutir la privatización de la empresa públicas. Esto fue en consonancia con la política de EE.UU. que impulsó el “Plan Baker” -en honor al secretario del Tesoro de dicha potencia- que impulsaba ajustes recomendados por el FMI, una política aperturista y de libre mercado, a cambio del canje de papeles de la deuda externa para afrontar los vencimientos. Esta política fracasó rápidamente y a fines de 1986 se vuelve a disparar la inflación

Durante su gobierno, Alfonsín cedió frente a las presiones de las grandes entidades empresarias reunidas en el “Grupo de los Ocho” (la UIA, la Sociedad Rural, la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, la Cámara Argentina de Comercio, la Asociación de Bancos de la República Argentina -extranjeros-, la Asociación de Bancos de la Argentina –nacionales-, la Unión Argentina de la Construcción, y la Cámara Argentina de la Construcción), y ante los llamados Capitanes de la Industria (como Techint, Roggio, Macri, Pérez Companc), que una vez que consideraron agotado al gobierno radical lo empujaron al abismo provocando el golpe hiperinflacionario de 1989 que terminó con 14 muertos durante los saqueos y la entrega anticipada del poder a Carlos Menem.

LA UTILIZACIÓN DE LA MUERTE DE ALFONSÍN

La operación del régimen sobre el balance del trayecto de la historia nacional durante el cual gobernó Alfonsín, busca recons-truir el pasado a partir de la necesidad interesada del presente de las clases dominantes.

Ante una crisis histórica del capitalismo mundial y en medio de la incertidumbre en cómo ésta desembocará en la Argentina, vuelven al debate los momentos de crisis políticas nacionales de las últimas décadas, cada vez que estuvo en cuestión “la gobernabilidad”. “Jugó un papel muy importante en la crisis del 2001”, sentenció Duhalde a causa de la negociación con el radicalismo para reunir la Asamblea Legislativa que lo eligió en el 2002 luego de las sucesivas renuncias que siguieron a la caída de De la Rúa.

Todos esos momentos en los que se reivindica como triunfante la política del “diálogo” y los “acuerdos republicanos”; significaron una conciliación entre los de arriba para, de una u otra manera, hacer pagar la crisis a los trabajadores. Esta ha sido la esencia de “la democracia” en los últimos 25 años.

El diario Clarín, y toda la oposición “republicana” ha encontrado en Alfonsín una muerte a tiempo en su cruzada en torno a la idea del “consenso y el diálogo”: “Ese espíritu lo indujo, por ejemplo, a pactar con los militares. Nunca se arrepintió, pese al descrédito que le produjo, porque estaba convencido que aquella gesta de Semana Santa hubiera desembocado en una tragedia. Ese mismo espíritu lo empujó, de modo sorprendente, a transar con Carlos Menem la reforma constitucional de 1994 que permitió la reelección del ex presidente. Suponía que, de otro modo, el riojano hubiera intentado eternizarse en el poder” (Van der Kooy, 01/abril). Seguramente se agregará en estos días, a propósito del 2 de abril, que la posición de conciliación de “Don Raúl” con Inglaterra fue para que no ganara alguien peor que Margaret Thatcher que en Las Malvinas tocó la campana de largada para la ofensiva imperialista en todo el mundo junto a Ronald Reagan. Y si no se detienen en el recorrido histórico, no nos extrañe que lleguen a justificar que la UCR -cuando en 1976 Ricardo Balbín denunció a “la guerrilla fabril” y declaró que él “no tenía soluciones”- golpeó la puerta de los cuarteles para, mediante “el consenso”, detener quien sabe qué tragedia superior al gobierno de Videla.

Los trabajadores no tenemos mucho para llorar de aquella época y como reza falsamente el dicho popular,  (no) “todo tiempo pasado fue mejor”... no se trata de añorar lo que se cree menos malo,  sino de sacar conclusiones y recordar que cada vez que avanzaron con el dialogo y el consenso entre los partidos patronales y los políticos de turno fue contra los trabajadores y el pueblo, por eso la clase trabajadora necesita construir su propio partido para dar respuesta. a la brutal crisis del sistema capitalista   
 

 
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