Por Mario Diament
MIAMI.- La crisis financiera ha comenzado a morder profundamente a la sociedad norteamericana y son muy pocos los que logran escapar a la dentada.
Tal vez el mejor síntoma de lo que ocurre es que uno de los escasos beneficiarios de la desesperación generalizada es el Ejército de Salvación. Sus locales, esparcidos por todo el país, reciben donaciones de ropa, muebles y juguetes usados que venden al público a precios ínfimos. Según voceros, las ventas en las últimas semanas han crecido un 15% y lo que se advierte es la aparición de un nuevo tipo de comprador: gente de clase media que, pudorosamente, rebusca gangas entre los percheros.
Los norteamericanos están tomando conciencia de que la recesión ha llegado y de que será larga y penosa, y están adoptando medidas drásticas para capearla. Esta austeridad inesperada se deja sentir visiblemente en el consumo, responsable de dos tercios de la economía, lo cual, como es de imaginar, no hace sino agravar la crisis.
Nueve de cada 10 entrevistados en una reciente encuesta de Reuters, considera que la economía se encuentra ya en plena recesión y en la última semana, el porcentaje de quienes piensan que las cosas se pondrán peor trepó del 57 al 79%.
En lo que va del año, unas 800.000 personas se quedaron sin empleo, 200.000 de ellas sólo en el mes de septiembre. Esto lleva el total de desocupados a 9,5 millones, a los que se suman otros seis millones que sólo trabajan parcialmente.
Septiembre de 2008 ya se ha consagrado como uno de los meses más infaustos de la historia reciente, si no el que más. La debacle hipotecaria ha hecho desaparecer el crédito, y en esta sociedad, sin crédito, nadie compra nada. Las empresas no pueden obtener crédito para hacer frente a sus deudas y los que no pueden cobrar tampoco pueden pagar.
La venta de nuevas propiedades descendió al nivel más bajo de los últimos 17 años y en los últimos 12 meses su valor declinó el 16,3%, de acuerdo con Standard & Poor s.
Las empresas automotrices, por su parte, reportan las ventas más exiguas de las últimas dos décadas: sólo en septiembre, cayeron un 30%.
Los aviones viajan medio vacíos. Los supermercados están vendiendo más comida por la simple razón de que la gente evita comer afuera.
Según Moody s Economy.com, el valor neto de los hogares norteamericanos (el total de activos del grupo familiar, menos los pasivos) cayó 10 billones de dólares en las últimas cuatro semanas, y los planes de jubilación ha perdido dos billones de dólares en los últimos 15 meses.
Los esfuerzos del gobierno y la Reserva Federal por insuflar liquidez en el mercado tropiezan con la desconfianza cada vez más intensa del público, que siente que la crisis no ha tocado aún fondo.
Historias desgarradoras
Si bien no se registran corridas en los bancos, fundamentalmente porque los depósitos hasta 100.000 dólares están asegurados por el Estado, hay, en cambio, emigración de depósitos de los bancos considerados vulnerables hacia los que se perciben más seguros, aunque esta impresión puede variar de un día para el otro.
Gradualmente empiezan a aparecer historias desgarradoras de familiares, amigos o conocidos que lo han perdido todo o están a punto de perderlo. La gente apela a sus ahorros, a sus reservas y a sus planes de retiro.
Según The Wall Street Journal , la persistente caída en el precio de las propiedades, que en algunas áreas llega hasta el 30%, ha hecho que, prácticamente, una de cada seis viviendas tenga hipotecas por un valor superior al del inmueble. Esto equivale a unos 12 millones de hogares al borde de la ejecución.
Todo esto ocurre cuando faltan apenas 24 días para las elecciones presidenciales, y aunque las encuestas favorecen a Barack Obama, la diferencia dista aún de ser decisiva.
Hay una curiosa calma en todo el país que puede muy bien interpretarse como el estoicismo que los norteamericanos suelen exhibir en los momentos críticos, o tal vez se trate de una inexorable convicción en el destino manifiesto de los Estados Unidos.
Cualquiera que sea la explicación, es ingenuo no advertir que la presente crisis no es una más, sino el signo más claro del fin de una época.
La Nacion
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