Cuando el trabajo es un castigo

 

Se lo llama mobbing: un jefe que se ensaña con un empleado, en general, para lograr su renuncia. Muchas víctimas terminan con serios problemas psíquicos y hasta físicos. Ya hay empresas con programas de prevención. Y varios proyectos de ley que buscan fijar sanciones para los acosadores.

 

 

“Desde que llegó mi nuevo jefe me hizo la vida imposible. Fui avergonzada ante mis compañeros, humillada, discriminada. Me sancionaron por llegar tarde a una reunión de la que nunca fui notificada. Me desacreditaban todos los días por lo que hacía en mi trabajo. Pude aguantar nueve meses la situación. Ahora no puedo trabajar porque mi médico dice que todavía no estoy lista. Me arruinaron la vida, y la carrera”. Hasta no hace mucho, Marina no sabía que aquella situación que sufrió en su trabajo tiene nombre: mobbing. Así se llama al acoso laboral o psicológico. Otros prefieren decir que es la “nueva forma de esclavitud del siglo XXI”. En muchos casos, el objetivo es que el empleado renuncie para que la empresa no tenga que pagar indemnización. El costo para el trabajador es altísimo. Buena parte de los casos deriva en serias complicaciones psicológicas y hasta físicas: algunos terminan con una depresión profunda y otros con problemas cardíacos o gastrointestinales, entre otros padecimientos. Ahora, ya hay especialistas que estudian cómo combatirlo y hay empresas que implementan programas de prevención. Varios proyectos de ley para sancionar estas actitudes esperan su turno en el Congreso.

 

La primera piedra la tiró hace más de 20 años el psicólogo alemán Heinz Leymann, quien empezó a estudiar el fenómeno mobbing casi sin pensar, que años después, este tipo de acoso moral y psicológico que se aplica en el ámbito laboral tendría especialistas en el tema y varias instituciones dedicadas a su análisis. En su investigación, Leymann sostiene que el acoso laboral no es un conflicto, porque mientras el conflicto es inevitable, el mobbing es un proceso de destrucción sistemático que se puede evitar. El mobbing, palabra inglesa que significa rodeo o asedio de una multitud hacia algo o alguien, es una especie de acoso personal, moral y de desgaste psicológico al que recurren, con la complicidad del resto del personal, directa o indirectamente, jefes o altos directivos de grandes empresas para lograr que los trabajadores jóvenes, o aquellos con mayor experiencia y prestigio, incluso quienes poseen los sueldos más altos, renuncien a su puesto de trabajo.

 

En la Argentina se empezaron a estudiar de manera sostenida las causas y consecuencias del mobbing, también llamado psicoterror laboral. La abogada especialista en derechos humanos Patricia Sáenz explica que “en España esto se estudia hace ya varios años, y ahora tienen un muy buen trabajo al respecto”. “En la Argentina estamos peleando para que salga una ley a nivel nacional que nos facilite el trabajo”, destaca Sáenz, quien trabaja en el Ministerio de Trabajo como abogada en la Comisión Tripartita de igualdad de trato y oportunidades entre varones y mujeres en el mundo laboral.

 

En torno del tema presentaron proyectos de ley el senador Miguel Angel Pichetto y la diputada Liliana Negre de Alonso, entre otros. “De todos los que hay, el de Pichetto es la iniciativa que mejor encuadra en lo que refiere al acoso moral o psicológico”, subraya la abogada.

 

Las culpas

 

“En estas situaciones, lo primero que surge –explica Sáenz– es la culpa del trabajador que piensa que hizo las cosas mal; que no cumple correctamente con su trabajo.” Eso es lo que le pasó a Marina, quien prefiere usar ese nombre y no dar a conocer su identidad real. Tiene más de 40 años. Es maestra y técnica en turismo. Durante los últimos diez años trabajó en una empresa de servicios de capitales europeos. Hacía ventas de seguros y salud, entre otros. “Me sentía orgullosa de pertenecer a ese grupo –recuerda–. Era una empleada destacada y tenía excelentes ingresos por mis comisiones”, relata, y agrega: “Era parte del grupo de ‘históricos’ de la empresa. Después empezaron a cambiar la política, en especial, a quienes teníamos más antigüedad”. “Vino un jefe nuevo y su trato hacia mí fue, desde la llegada, muy hostil”, cuenta. “Al poco tiempo de tratar con ese nuevo jefe tuve depresión aguda, insomnio, ataques del lanto y de nervios, gastritis; y a los cinco meses ya estaba en tratamiento psicológico y psiquiátrico, tomando antidepresivos y calmantes en dosis cada vez más fuertes”, dice y recuerda que a los nueve meses de vivir esa situación, su médico le dio licencia por “estrés laboral”.

 

Para que alguien empiece a utilizar la táctica del mobbing no hay un patrón único; como tampoco algo en particular que dé inicio a la acción. Para el psicoanalista y psiquiatra Alfredo Grande –docente en las universidades de Buenos Aires y Lomas de Zamora y especialista en violencia laboral–, uno de los posibles disparadores es “que el subordinado pueda generar envidia en el acosador”. De todos modos, advierte: “No todo es mobbing. Esto se da cuando es persistente. Entonces se va generando un sufrimiento mental que puede derivar en lo físico. Se produce una pérdida de la autoestima del empleado, lo que prepara el terreno para la depresión, que puede manifestarse en hipertensión, gastroenteritis y dolores musculares, entre otras cosas”.

 

Marina todavía recuerda aquellos días: “Me hacían cumplir horarios arbitrarios sólo a mí; me asignaban trabajos y tareas ridículas que nada tenían que ver con mi labor dentro de la empresa. Además, eran tareas no remunerativas”. “Fueron colocando a otros compañeros en los lugares y empresas que eran de mi cartera de clientes”, relata con la voz quebrada y reconoce que todavía “no pudo superar” aquella situación. “Hablé con todos los directivos de la empresa, pero nunca me escucharon, me negaron siempre. No pude soportar más y decidí darme por despedida, es decir, despido indirecto”.

 

Ya pasaron dos años desde que empezó el infierno para ella. Todavía continúa con tratamiento médico y no tiene el alta para apostar a un nuevo emprendimiento laboral.

 

Las víctimas

 

Más que mobbing, Grande prefiere llamarlo “síndrome de violentación laboral.” “En las empresas –explica– se dan unos vínculos fuertemente jerárquicos. Esta relación de poder subraya real o ilusoriamente la impunidad”. Para el especialista, las víctimas del acoso moral son lo más jóvenes, estudiantes universitarios que están en pasantías; quienes tienen contratos precarios”. En ese plano, Patricia Sáenz agrega que “el tema de la violencia es una cuestión de género, se ataca más a las mujeres que a los hombres”.

 

Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 1998 reveló que en el país un 6,1 por ciento de los empleados varones son víctimas de este tipo de presiones. En el caso de las mujeres, la cifra trepa al 11,8. La OIT calcula que en Europa el fenómeno ya afectó a más de 13 millones de personas.

 

La historia de Graciela terminó con la renuncia. “Trabajaba en una empresa de audio y video. Estuve mucho tiempo buscando trabajo porque no encontraba nada a pesar de ser una mujer preparada”, cuenta. Tiene 40 años. “Trabajaba 12 horas de lunes a viernes; estaba en negro, con un sueldo miserable. No pude soportar los maltratos y humillaciones. Mi jefe me hacía ir a hacerle las compras para su mamá”, ejemplifica.

 

“Me trataba todo el tiempo de ‘infeliz’ sin importar si alguien estaba con nosotros –relata–. Todo lo que hacía estaba mal. Caminaba las diez cuadras desde mi casa hasta el trabajo llorando; llegaba y me encerraba en el baño a llorar. Pero necesitaba el trabajo, y me la banqué”.

 

A un año y algunos meses, no aguantó más: “Tuve depresión, angustia, nervios. El tipo me trataba como a un perro. Lo peor es que soy una mina con carácter, pero cuando lo veía me quedaba sin poder hablar y sin decirle nada. Por momentos, realmente creí que no servía para nada”, confiesa. Finalmente, renunció. “Tuve que esperar a conseguir otro trabajo porque necesitaba la plata. Cuando lo encontré, fui y le avisé que ya no iba a trabajar más en la empresa”. “Me cagó un año de mi vida”, resume.

 

En algunas provincias argentinas existen legislaciones sobre “acoso moral o psicológico”, pero las normas sólo amparan a los empleados del ámbito público. A nivel nacional, como no hay una legislación específica sobre mobbing, la Justicia opera a través de las figuras legales de “daño moral”, “discriminación” o “conducta abusiva”, para ubicar el “acoso moral” en el ámbito privado. Los proyectos en el Congreso Nacional apuntan a sancionar este tipo de actitudes tanto en el ámbito estatal como privado. El año pasado, en abril, la Justicia de Río Negro admitió la existencia de la figura de mobbing como causal de despido indirecto. En diciembre último, hubo otro caso en Córdoba donde la Justicia de esa provincia utilizó la misma figura en otro ejemplo.

 

“El acoso moral se ha profundizado por la desocupación, por los trabajadores en negro; por la situación de desamparo que sufren los empleados”, explica el abogado y diputado nacional del Frente para la Victoria Héctor Recalde. Según dice, es en el ámbito público donde más casos de abuso y desgaste de los empleados se presentan, debido a que no es fácil remover por vía legal –y además no pagar la indemnización– a trabajadores de “planta” que tienen muchos años en una institución.

 

 

Informe: Luciano Zampa.

 

 
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