Crisis, guerras, revoluciones y mujeres


Por Andrea D’Atri

Desde 1778, Francia atravesaba un largo período de depresión. Mientras los grandes terratenientes estaban protegidos contra las pérdidas por lo que cobraban de impuestos a los campesinos, los pequeños propietarios y el pueblo se empobrecían pagando gravámenes a los señores feudales y viendo cómo bajaban el precio del vino y los textiles que ellos producían. Más tarde, con las malas cosechas y la escasez, se duplicó el precio del trigo, aumentando el costo de los alimentos. Eso hizo que, muy pronto, las familias obreras de la ciudad tuvieran que destinar tres cuartas partes de sus salarios sólo para la comida.

Fue en medio de esa situación de escasez y pobreza crecientes que se inició la Revolución Francesa de 1789. En mayo, en los barrios más populosos de París, había motines; en las provincias, se asaltaban los cargamentos de alimentos y se saqueaban los mercados. Desde mediados de setiembre, las mujeres de los barrios más pobres dirigían la agitación en las calles y, el 5 de octubre, tomaron la iniciativa: con miles de personas, se dirigieron al palacio real exigiendo pan y buscando armas, bajo la lluvia, mientras cantaban “traigamos al panadero”, en alusión al rey. A principios de 1917, Rusia temblaba bajo el imperio de la cruel autocracia zarista y los golpes aún más crueles de la Primera Guerra Mundial, en la que millares de campesinos y obreros morían en el frente, mientras sus familias perecían por hambre y frío en los hogares. Pero en el Día de la Mujer, las obreras textiles de San Petersburgo decidieron manifestarse valientemente y convocaron a una huelga bajo la consigna “Pan y Paz”, a la que prontamente agregaron, también, “Abajo la autocracia”. Miles de obreros se plegaron a su espontánea manifestación. Pronto se sumaron los estudiantes, los comerciantes pobres de las ciudades y la huelga se extendió como la pólvora. La policía secreta del régimen ya lo había advertido en un informe al gobierno: las mujeres podían ser “la chispa que encendería la llama”. No se habían equivocado. Estas mujeres obreras dieron el puntapié inicial de la gran Revolución Rusa, la primera de la historia en la que, bajo la dirección de Lenin y el partido Bolchevique, la clase obrera tomó el poder e instauró un gobierno y un estado de los trabajadores.

¿Cuántos ejemplos más hay en la historia? Son demasiados como para creer que se trata de una casualidad. Es que las crisis sociales, económicas y políticas despiertan la pasión, el heroísmo y la abnegación de las mujeres, especialmente de aquellas que viven en las peores condiciones de sumisión, que son cotidianamente humilladas por este sistema que las relega a la esclavitud doméstica, las tareas más pesadas, los dolores más crueles.

La Iglesia, la familia, la escuela y ahora, incluso, los medios de comunicación nos dicen que tenemos que aceptar dócilmente los sacrificios y las penurias necesarias para mantener a nuestros hijos. Y nos convencen de que es “natural”, ganarse el pan “con el sudor de la frente”, mientras los curas, los patrones, los milicos y los políticos de los capitalistas ganan algo mucho más que un pan con “nuestro” propio sudor. Pero cuando la crisis amenaza a nuestras familias, eso mismo que nos inculcan se vuelve en su contra. Porque son ellos los que provocan las crisis y quieren que las paguemos nosotros, la clase trabajadora y el pueblo pobre. Y ahí están, siempre en la historia, las mujeres que salen con uñas y dientes a defender el pan de sus hijos, convirtiéndose en los destacamentos avanzados de la lucha contra la explotación, contra el hambre y la miseria, contra los despidos y el cierre de fábricas.

¿Qué harán las mujeres ante la crisis que, otra vez, nos amenaza? No dudamos que nuevamente, dirán “¡Presente!”, organizando comisiones de solidaridad con los conflictos obreros en los que estarán envueltos sus hijos y compañeros; que serán las “más duras” dentro de la empresa o la fábrica, en las huelgas contra los despidos y los cierres de empresas; que armarán redes de solidaridad, festivales, rifas, bonos y colectas en los barrios, para conseguir alimentos y fondos para todas las familias que se encuentren en lucha y en situación desesperante; que enfrentarán sin tapujos a las patronales, pero también a la burocracia sindical que no representa nuestros intereses, que saldrán a las calles a enfrentar al gobierno y a las fuerzas represivas del Estado cuando esté planteado. Porque las mujeres no pedimos, exigimos. ¿Qué cosa? ¡Todo! Nuestro derecho al pan, pero también a las rosas.

 
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